jueves, 14 de diciembre de 2023

Lo Que Quiere la Familia

 

Se alarmaron cuando llegó Fabián y les contó que los dos hijos de su hermana Dolores (los únicos que podían continuar la tradición) no mostraban el menor interés en la carrera de medicina.

Tranquilo: son cosas de la adolescencia. Ya vas a ver cómo los dos se vuelven cirujanos.

¿Y por qué no odontólogos? ¿Por qué tengo que ser yo el único?

Podrían elegir algo más exótico, como Nutriología. Serían los primeros de la familia.

¡Vos también, Fabián: pudiste haber tenido aunque sea un hijo! Sos una vergüenza.

Ya bastante me jodiste con eso mientras vivías. No me rompas las pelotas ahora.

Igual no hace falta que los dos se vuelvan médicos. Con uno solo alcanza.

Sí. Es más importante que tengan hijos para que estudien la carrera en su lugar.

¡Pero sería una deshonra: una generación de Michelutti sin médicos! ¡Qué pensaría Juan Ignacio!

Pienso que me dejes de nombrar como si fuera un prócer, que acá estamos todos muertos.

Un escalofrío recorrió la multitud al oírlo: Juan Ignacio Michelutti, el primer médico de la familia, que llegó de Europa con lo puesto y se hizo solo, inaugurador de la tradición médica familiar, origen mítico de la estirpe, alguien que desde hacía siglos se pasaba el tiempo acostado boca arriba, mirando al interior de su sombrero (si es que tenía los ojos abiertos), casi sin interactuar con la familia.

Un gusto conocerlo, Juan Ignacio. No sabe todo lo que oí de usted... —Fabián al fin estaba frente a ese antecesor cuya larga sombra lo aplastó toda su vida, igual que a su padre y su abuelo y su...

Ya sé lo que te dijeron de mí. ¿Por qué no vas a hablar con tu vieja y tu abuelo, que se pasan todo el tiempo hablando de vos? —La voz surgía remota debajo del sombrero y desde la cima de un altar de metro y medio que lo elevaba sobre sus descendientes.

Mientras Juan Ignacio volvía a sumergirse en su indiferencia de estatua, el resto de la familia rodeaba a Fabián para escuchar más chismes y hablar del pasado.

Tardaron semanas en aburrirse de Fabián. Él ya era un miembro del grupo con pleno derecho un año antes de que apareciera Analía.

¡Es puto! ¡Diego, el hijo de Dolores, es puto! —gritó Analía antes de siquiera saludar, como si hubiera apurado su cáncer de pulmón sólo para llegar antes con la noticia.

El miedo crecía. La homosexualidad no era un problema (más que para los parientes más antiguos) pero sí lo era el saber que Diego ya no les daría descendencia. Es cierto que podía adoptar pero ellos sentían que no era lo mismo: no querían un premio consuelo, un ADN ajeno que continuara los logros familiares en su nombre.

Me alegro por él. Yo tuve que esperar a morirme para salir del clóset.

¿Pero es seguro? Capaz que sólo está experimentando. Yo también probé a su edad y sin embargo soy bien macho.

¿Pero al menos está estudiando?

Todavía no terminó la secundaria pero parece que quiere ser profesor de educación física.

¡Educación física! ¡Hice cirugías a corazón abierto y mi padre trasplantó órganos para que mi... ¿Qué sería él mío? ¿Sobrino nieto?

No, ese es Ernesto.

Bueno, lo que sea... ¡para que el sobrino del nieto de algún primo termine enseñando educación física!

Juan Ignacio, pese a que la idiosincrasia de su época le permitía y hasta le exigía ser homofóbico, ni siquiera reaccionó ante la noticia. Nadie recordaba cuándo fue la última vez que el prócer familiar se quitó las manos de la nuca o el sombrero de la cara.

¿Y la hermana?

Gloria quiere anotarse para terminar la secundaria. Me dijo que le gustaría ser gestora.

¿Qué mierda es eso?

¿Al menos tiene novio? Ahora más que nunca necesitamos una descendiente lo más trola posible.

Más respeto con mi sobrina...

¡Respetame esta!

La pelea entre Fabián y su bisabuelo (o tal vez su primo-abuelo segundo) terminó en una batalla campal que, en apariencia enfrentaba a los partidarios del libertinaje fundamentalista contra los del recato castrador de linajes, pero en el fondo era una buena excusa para experimentar una guerra de cuerpos etéreos e inmortales atrofiados por la ausencia de dolor.

La lucha se disolvió rápido, en parte por vergüenza ante la mirada de los demás parientes y en parte por la necesidad colectiva de exprimirle a Analía todos los chismentos que aún llevara encima. Era imperativo descubrir la más mínima posibilidad de que la tradición familiar siguiera viva.

Pasaron unos pocos años sin novedades, lo que desesperaba a los más chismosos. Algunos salían a preguntar a los parientes lejanos o a las estirpes de vecinos y amigos de sus descendientes pero era muy difícil enterarse de algo: pocas familias estaban tan organizadas como ellos. Muchas ya se habían disuelto y las que quedaban no eran fáciles de encontrar o no tenían relación con ellos. Más de uno no volvió de tales expediciones. Quizás se perdieron o se olvidaron de la familia. O acaso planeaban dimitir desde el principio y sólo buscaban una excusa.

Aquellos que partían sin olvidar su deber volvían con noticias tan asombrosas como poco creíbles: que Diego estaba estudiando en el extranjero, que Gloria era una cantante folclórica, que Dolores se sacó la lotería, que Diego atajaba en las inferiores de Racing… Durante un par de años los hijos de Dolores se convirtieron en verdaderos camaleones: cambiaban de profesión, de país y de pareja cada semana; realizaban hazañas elogiables a diario, vivían diez vidas en una. Los más escépticos argumentaban que todos esos chismes provenían de fuentes dudosas y no les faltaban razones, porque algunos familiares preguntaban a completos desconocidos sin corroborar si estaban hablando del mismo Diego. Otros parientes directamente inventaban sus noticias y eran las preferidas de la mayoría. Hasta que el tío Gregorio se encontró a Benavídez, el vecino recién muerto de Dolores. Lo llevó con los demás Michelutti para demostrarles que todas esas historias eran falsas. La familia debió aceptar la verdad, consolándose con sustraerle a Benavídez toda la información posible: Diego tuvo un novio violento y ahora está saliendo con otro; Gloria tuvo una crisis de nervios de la cual Benavídez no pudo enterarse más nada; Dolores consiguió un segundo empleo para mantener a su padre Arturo; éste último estaba jubilado y se sentaba en la vereda a quejarse de los precios de los medicamentos; hace una semana se murió un gato que Diego y Gloria querían mucho, asfaltaron la calle de su casa…

Despidieron a Benavídez con una hipócrita sonrisa de agradecimiento. Les gustaba más la farsa bella en la que habían vivido hasta recién. Por lo que a ellos respecta, Diego ya era candidato a astronauta y Gloria una actriz de Hollywood, ya que no médicos. A fuerza de desengaños se estableció el consenso de que las únicas noticias creíbles serían las de los familiares recién llegados, aunque sabían que podían pasar muchos años hasta el próximo. Pero nadie esperaba que apareciera tan fugazmente.

La breve aparición de Dolores tomó a todos por sorpresa; hasta Juan Ignacio levantó un poco la cabeza y corrió parte del sombrero para descubrir su ojo izquierdo. Ella se veía semitransparente, casi borrosa: era una señal indudable de que estaba en el umbral entre ambos mundo, algo que hacía mucho tiempo no ocurría.

¿Mamá? ¿Fabián? Entonces estoy...

No hay tiempo para explicarte, hijita. Tenés que volver y convertir a tus hijos en médicos.

Eso. Y llevá a Diego a la cancha a ver si se hace hombre.

Y de River, como toda la familia.

¿Y Gloria? ¿Tiene novio Gloria?

¿Cómo está tu padre? Debe estar muy viejo ya. ¿Lo estás cuidando bien?

¿Qué te pasó? ¿Estás en una operación? ¿Tuviste un choque?

Dolores se esfumó sin tener la oportunidad de contestar ni usa sola de las palabras que caían sobre ella como queriendo aplastarla.

Cuando don Arturo llegó tres años después, describió a Dolores como una hija ejemplar que cuidaba permanentemente a su anciano padre, vivía pendiente de sus hijos y los recriminaba a los gritos por haber elegido vocaciones indignas de un Michelutti. Arturo lagrimeaba recordando con cuánta devoción su hija lo bañaba, le cambiaba los pañales, pasaba las noches en vela sólo para cuidarlo.

Pero Diego y Gloria… Los quiero a los dos pero son una deshonra. Diego es trolo; seguro que ya se enteraron. Es profesor de Historia y vive con el novio desde hace un año. Se enoja y hasta se burla cuando Dolores le dice que estudie medicina. ¡Cómo si fuera una joda!

¿Y Gloria? ¿Tiene novio?

Gloria vive con Dolores. Dejó el secundario, no estudia, no trabaja, no sale, no sé qué piensa hacer. La madre le insiste con que termine el secundario pero es al pedo: sólo consigue que se encierre en su cuarto llorando. Al menos la ayudaba a cuidarme pero a este paso la familia se va a terminar con ellos. ¡Ah, cierto! —Comenzó a cogotear entre la muchedumbre que lo rodeaba— ¿Dónde está Alicia? ¡Ni te imaginás lo que dijo Norma, tu "amiga", en tu funeral!


Los meses y años se sucedieron mientras la familia trataba de digerir lo que parecía ser una verdad inapelable. La ausencia de noticias y la lenta dimisión de familiares sólo incrementaban más la soledad. Las visitas a otros territorios se volvieron cada vez más frecuentes y extendidas, hasta el punto de que todos, menos el imperturbable Juan Ignacio, salían a explorar con alguna mínima frecuencia. Se volvió habitual que alguien saliera de viaje y no volviera; cuando uno de ellos partía, nadie sabía si volvería en un par de días, en un año o nunca. La única fuga masiva se dio cuando el pariente Eleuterio volvió corriendo a decir que encontró un zona de orgías. La mayoría de los hombres y algunas mujeres se fueron con él luego de escuchar ansiosos la descripción del lugar. Quedó una veintena de Michelutti, sacándole el cuero a los (y sobre todo a las) que acababan de irse.

Viste cómo se fue la santita, ¿no?

Pensar que la educaste como una cristiana y ahora...

Lo peor es que van a coger con familiares. Es una deshonra.

¿Escucharon lo que dijo Eleuterio, que hay muchos... grupos distintos? Dijo que no iba a… entre ellos. Ojalá que al menos tengan esa decencia ¡Que hagan lo que quieran pero hay límites no que se pueden perdonar!

¡Y cómo lo decía!: "La orgía es tan grande que una vez dentro serán como gotas en el mar", "Es tan difícil cogerse una hermana como ganar el gordo de la lotería", "Después de un tiempo ya todo te importa un carajo", "Creo que una vez vi a mi madre rebotando sobre un negro".

¡Es el colmo! ¡Difamar a su madre! No me acuerdo quién es ella pero seguro es una santa.

La indignación contra el libertinaje se mezcló con la lenta muerte de la tradición médica hasta convertirse en una misma tragedia. Tal vez por eso, varios años después (ya ni se molestaban en registrar el tiempo), recibieron a Dolores con grandes muestras de aflicción, como si acabara de morirse alguien.

La confirmación de que ella no tendría nietos fue recibida casi con indiferencia. Diego era tan gay como siempre; él y su pareja ni siquiera estaban interesados en adoptar. Al menos eso pudo enterarse Dolores, pues su hijo estaba peleado con ella desde años y no parecía querer volver a hablarle. Por otro lado, Gloria era una solterona: su tardío título secundario le consiguió un trabajo de cajera, con lo cual ganaba lo suficiente para comer, cuidar a su madre y mirar televisión. Su vida social y amorosa era un misterio que muy probablemente sólo existiera en su imaginación.

¿Dónde están todos los demás? Cuando me operaron de la vesícula acá había una multitud.

La explicación fue larga e innecesaria, ya que al día siguiente apareció Alfredo de visita a contar que encontró una zona de discotecas con shows de músicos famosos e interminables pistas de baile. Dolores pudo ver personalmente cómo cuatro de sus antepasados se marchaban con el recién llegado, tal vez para nunca volver. Lo cierto es que a veces regresaba alguien, pero ya no para consagrar un panteón familiar, sino para visitar a los que quedaban, tomar unos mates y hablarles de los nuevos y maravillosos lugares que descubrió. Rara vez una de esas visitas no se llevaba a alguien consigo, hechizado por regiones de ensueño, como la Copa del Cielo donde competían los mejores futbolistas de la historia o (lo más asombroso) el laboratorio celestial, donde las mentes más brillantes de todos los tiempos intentaban crear una máquina para volver a la vida.

Dolores se quedó ahí, esperando a sus hijos junto al cuerpo descansado de Juan Ignacio y dos o tres familiares cuyos puestos eran reemplazados periódicamente. En las contadas ocasiones que regresaba un familiar conocido por ella, Dolores se mostraba aún menos efusiva de lo que esperaban. Don Arturo pudo comprobar que su hija lucía mucho más melancólica que en vida. Casi parecía hostil, como si la presencia de su padre le obstaculizara una tarea de vital importancia, aunque lo único que hacía era mirar a la nada. Todos sabían que esperaba a sus hijos (es lo que todo padre hacía) pero había en ella cierta inquietud, cierta expectativa fuera de lo normal.

Un día llegó Gloria.

Caminaba en silencio, como un perro asustado. Debió morir joven, con no más de treinta años. Tenía la mirada cansada y nerviosa; era difícil adivinar si trataba de decir o de ocultar algo. Su madre caminó hacia ella y la abrazó, como si hubiera comprendido con sólo verla. Habrán llorado juntas una hora, dos días, varios meses, no se sabe.

Cuando se apagaron las últimas lágrimas, fueron reemplazadas por preguntas.

¿Y Diego? ¿Cómo está él?

¿No está acá? Chocó con el auto hace tres meses.


Fue larga su charla sobre el paradero de Diego. Llegaron a la conclusión de que él forzosamente debía estar en alguna región pero por el motivo que fuere no se reunió con la familia. Plantearon la posibilidad de que estuviera perdido o se hubiera distraído en alguna zona. Aunque lo más probable es que intencionalmente haya tomado un camino distinto, ya que él siempre rechazó la tradición familiar. Acaso necesitaba algunos siglos para olvidar el rencor hacia su madre y los antepasados médicos en nombre de los cuales lo despreciaba.

Partieron juntas. Había unos jardines muy bellos que Dolores quería visitar desde hace rato y quizás pudieran encontrar pistas sobre Diego. Ni siquiera se dieron cuenta de que aún quedaba un pariente en ese lugar.

Juan Ignacio se incorporó lentamente, se calzó el sombrero y se puso de pie como si gozara cada mínimo acto de su cuerpo. Pero lo que más gozaba era la libertad restituida: pocos y antiguos familiares sabían que él en realidad se llamaba Mamerto Michelutti. El verdadero Juan Ignacio era su hermano y tenía tantos defectos que era realmente impresentable. Los miembros más viejos de la estirpe estuvieron de acuerdo en que un prócer soberbio era mejor que uno feo y estúpido, por lo que aceptaron la idea (ya ni recordaban de quién fue) de intercambiar a ambos hermanos. Pero el nuevo Juan Ignacio debía esconder su rostro para disimular el engaño, precaución quizás innecesaria, si tenemos en cuenta que los retratos de Juan Ignacio se parecían muy poco a su modelo (por suerte). El verdadero primer médico, harto de su trono, fue el primero en desertar apenas dos días luego del cambio. Mamerto, en cambio, había llegado a aceptar su puesto, su siesta interminable y la adoración con que era recibida su soberbia. Pero ya era hora de levantarse. Tras desperezarse por largo rato, sus labios emitieron unas palabras dignas de un prócer:

¡Qué buena siesta, la concha de mi madre!

Solo, en medio de un territorio vacío, miró al horizonte, buscando algo, intentando recordar para dónde quedaba la zona de orgías.

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