martes, 30 de abril de 2024

Mirar Atrás

 

   Mirar atrás es comprender

que algunas casas estaban podridas desde el primer ladrillo,

que los sueños no son digeribles,

que nuestra mirada no ablanda el mundo,

que somos esto.

Mirar atrás es saber

que nunca volverás

sin importar cuántos poemas

le inmole a tu memoria.

Peor aún:

mirar atrás es confirmar resignado

que de nada valdría tu regreso.

jueves, 4 de abril de 2024

Guerra del Lector Asesinado

 

En Doloria, sobre todo en la mitad oriental del continente, las guerras no pueden comenzar si no son nombradas antes. No basta con declarar la guerra, sino que ésta debe recibir su nombre de una autoridad religiosa. Generalmente el honor recae en el Gran Auspiciador, líder de la religión destinista, y es obligatorio que elija el nombre en un estado de trance alucinógeno, quizás para evitar favoritismos y corrupciones. Con semejante procedimiento, no es de extrañar que muchos conflictos bélicos tengan nombres de los más absurdos, desde la Guerra de los Miopes hasta la Guerra de la Montaña Enjabonada.

Pero (y esto es lo más asombroso) la guerra debe responder al nombre que ha recibido. Si se llama la guerra de los treinta años, no puede durar ni un día más ni uno menos. Varias contiendas se resolvieron en una batalla total y apresurada porque se les estaba terminando el tiempo (quizás la Guerra de los Treinta y Seis Minutos sea el caso más extremo). También hubo países que resolvieron sus diferencias muchos años antes del final de la guerra, por lo que se vieron obligados a pequeñas y ocasionales batallas en la frontera hasta que se cumplió la fecha señalada.

Algunos nombres son más fáciles de realizar. Para la ya citada Guerra de los Míopes, ambos ejércitos reclutaron sólo guerreros cortos de vista y optaron por el combate cuerpo a cuerpo. En la Guerra Rosa cada soldado se vistió con un uniforme de ese color, provocando una matanza indiscriminada donde todo el mundo parecía un enemigo.

Pero hubo conflictos más difíciles de ejecutar. La Guerra de los Galeones se desarrolló entre dos países que no tenían salida al mar. Ambas potencias negociaron la posibilidad de crear astilleros en un país vecino pero llegaron a la conclusión de que el océano era irrelevante: construyeron un galeón cada uno y los transportaron con ruedas hasta el lugar de la batalla. Un esfuerzo parecido fue necesario en la Guerra de la Montaña Enjabonada: todas las batallas se libraron en montañas (que eran la ubicación más incómoda para ambos bandos) y antes de cada enfrentamiento se derramaban incontables litros de agua jabonosa en el terreno. Se cuenta que, de los miles de muertos en esa guerra, al menos el ochenta por ciento pereció por resbalar en las alturas.

Alguien suspicaz podría argumentar que el problema se resolvería fácil siendo más simbólicos o astutos: para la Guerra del Volcán Activo podrían haber colocando una bandera con el dibujo de un volcán en el campo de batalla (así no habría terminado de una forma tan trágica) o la Guerra de Los Caballos Gordos hubiera sido mucho más práctica de haberse renombrado "Caballos Gordos" a la provincia en disputa. Pero quien propone estos trucos no comprende las complejidades de la cultura doloriana. No sólo debe haber alguna correspondencia entre el nombre y el conflicto, sino que esta correspondencia debe ser lo más literal posible. Si estamos en la Guerra de las Pelucas no podemos conformarnos con un par de soldados que ocultan su calvicie sino que todo el mundo deberá usar pelucas y (más aún) éstas deben ser ostentosas y poco realistas para que quede claro que no son pelo natural. ¡De ser posible los ejércitos deberían pelear arrojándose pelucas! El concepto que da nombre a cada guerra debe ser central en la misma, al menos tanto como sea posible. Por eso, cuando comenzó la Guerra de los Galeones, el Gran Auspiciador estuvo a punto de invalidar el conflicto al enterarse que los dos barcos observaban el combate sin intervenir. Esto cambió el curso de la guerra: ambos bandos equiparon sus barcos con cañones y los convirtieron en fortalezas rodantes donde se atrincheraban cientos de tropas. Las batallas devinieron en combates marítimos sobre tierra donde ganaba el que hundía al galeón enemigo.

Si se comprende la importancia que tiene el nombre de una guerra se entenderá las dificultades que surgen cuando el Gran Auspiciador crea conceptos absurdos, como la "Guerra de las Tortugas Voladoras", la "Guerra de las Caricias" o la "Guerra del Ajaiop". Una vez pronunciado el nombre no se puede dar marcha atrás: las palabras del Auspiciador son proféticas y debe haber una guerra que las cumpla. Esa misma urgencia llevó a las soluciones más ingeniosas, como lanzar tortugas a modo de proyectiles, recurrir a guantes envenenados como única arma o bautizar Ajaiop a un príncipe recién nacido y esperar a que crezca para iniciar el conflicto (decisión que fue aceptada muy a regañadientes, ya que el nombre absurdo no permitía otra opción).

La mayoría de los nombres serían imposibles de cumplir sin la colaboración de ambas partes. De otra manera no habrían podido librarse conflictos como la Guerra de los Puentes Colgantes o la Guerra del Laberinto. Permitir que el enemigo sea el único en cumplir con la consigna es una deshonra peor que la derrota. Pero ¿qué sucede si el nombre alude a una sola de las partes? Si la Guerra de los Galeones se hubiera llamado "Guerra del Galeón", ¿sobre quién habría caído la responsabilidad de construir uno? Éste es un hueco legal que ha generado debates durante siglos y sobre el cual no se ha podido establecer una ley. Son casos excepcionales pero que, cuando ocurren, destruyen la caballerosidad de la guerra. Como el nombre casi siempre es algo inconveniente (recuérdese por ejemplo la Guerra del Ejército Borracho) cada bando intenta que el otro cumpla con la consigna. En los últimos tiempos se ha llegado a la conclusión de que el nombre siempre atañe a ambos, aludiendo que singular y plural son lo mismo: en el fragor de la batalla ambos ejércitos se ven como uno solo a la distancia. Si estamos en la Guerra del Mariscal Tuerto, ambos bandos nombran mariscal a alguien de esa condición o mutilan al mariscal de que ya disponen.

De esta manera parecía no quedar huecos legales en los nombres... hasta que los reinos de Soma y Garra se declararon la guerra. Cuando el Gran Auspiciador entró en trance, eligió el nombre "Guerra del Rey Sodomizado".

Es de imaginarse lo difícil que fue llegar a un acuerdo. Se intentó convencer a ambos reyes de compartir el mismo destino pero la negativa era rotunda. Un sabio ministro sugirió lo que parecía la solución más natural y lógica: "coronar" al monarca que resultara vencido en esa guerra. La propuesta interesó al rey de Garra, que disponía de un mejor ejército, pero el rey de Soma se encerró en una negativa innegociable. Los ejércitos acamparon ociosos durante meses, haciendo chistes sobre la hombría de ambos monarcas mientras las negociaciones continuaban inútilmente.

Las tradiciones de Doloria comenzaban a tambalearse cuando llegó un mensajero del reino de Doma: su rey se ofrecía a sacrificarse cuando y ante quien fuera, en nombre de las tradiciones dolorianas. La desenfrenada vida orgiástica del rey de Doma era bien conocida pero nadie imaginó que se convertiría en la pieza clave para solucionar un conflicto diplomático.

El problema parecía resuelto. Los consejeros reales acordaron que ambos reyes debían demostrar su vigor al voluntario, de ser posible en el mismo encuentro. Los monarcas de Soma y Garra, desesperados por empezar la guerra y (sobre todo) por librarse de un destino funesto, cumplieron de inmediato la profecía en una noche de vino y descontrol de la que es preferible no hablar.

Cuando los reyes de Soma y Garra, radiantes de felicidad, se encontraban al mando de sus respectivos ejércitos a punto de dar la orden de ataque, les llegó un mensaje urgente desde la iglesia central destinista: el combate no podía comenzar porque el nombre de la guerra aún no había sido satisfecho.

Grave fue el error de ambos al no consultar con el Gran Auspiciador antes de actuar. Era cierto que un rey ya había sido marcado por un recuerdo inolvidable pero no era suficiente: un nombre que demoró tanto tiempo en cumplirse requería mayores sacrificios. Pero ¿cómo conseguir que el concepto de "rey sodomizado" fuera aún más central de lo que ya era?

Sucedió otro período de largas negociaciones donde, irónicamente, los reyes de Soma y Garra ahora sí se mostraban dispuestos a entregar sus cuerpos para satisfacer el nombre. Pero ya no era posible: el Auspiciador insistía en la necesidad de multiplicar el sentido del acto en vez de sus repeticiones.

La solución final fue inesperadamente simbólica: se llegó a la conclusión de que el gobernante y el pueblo son una extensión de la misma entidad, por lo tanto Soma como Garra debían utilizar sus ejércitos para conquistar y someter al país de Doma. Mientras veían sus riquezas saqueadas y sus ciudades destruidas, los ciudadanos domeses se aferraron al consuelo de saber que por lo menos no serían sometidos de la misma manera que su rey (lo cual les habría ocurrido si las negociaciones se hubieran extendido más).

La conquista de Doma alivió las tensiones entre Soma y Garra: no sólo hicieron las paces entre sí, sino que su reyes se volvieron íntimos amigos. Pero quizás la consecuencia más importante de la Guerra del Rey Sodomizado fue la reafirmación de la tradición doloriana. A nadie le quedó dudas sobre la infalibilidad de los nombres de las guerras y la necesidad de cumplirlos a toda costa.

Por eso, oh lector, será mejor que no opongan resistencia: el destino quiso que leas este texto y el Gran Auspiciador nunca se equivoca.

jueves, 14 de marzo de 2024

Tenemos Miedo y lo Sabemos

 

   Tenemos miedo y lo sabemos.

Todo el futuro nos acecha,

nos va llevando por delante,

no nos deja levantarnos.

Tenemos deberes a cuestas,

obligaciones que podrían destruirnos

y este tiempo que se cobra cada aliento.

No luchamos contra lo inevitable:

lo asumimos

pero nada es fácil.

Vivimos apostando la realidad entera

y vamos a perder muchas veces.

martes, 20 de febrero de 2024

Reírse del Odio

 

   Estaba cansado de odiar el mundo

y decidí reírme,

festejar el despropósito,

porque ¿qué es el odio

sino una interminable acumulación de sufrimiento?

Vengan, fanáticos, haters, fundamentalistas,

hijos del desprecio infinito.

Vuelquen en mis oídos la más exquisita colección de infamias,

vacíen su vileza en mi abrazo sincero,

asónmbrenme con una muestra de fascismo

capaz de horrorizar a Hitler,

desprécienme como si me importara.

No descarto a nadie, no espero piedad.

Mi única defensa es la risa,

esta espada sin filo

cansada ya de vencer a la muerte.

miércoles, 14 de febrero de 2024

Lo Irremediable

 

   Lo irremediable nos persigue,

arrasa los pueblos que dejamos atrás,

nos aleja de incontables personas,

nos divide y nos desgasta,

nos quiere desaparecer.

Cada día camino en lo irremediable,

duermo sobre lo irremediable,

lloro lo irremediable,

me vuelvo irremediable.

Sabía que la vida era irremediable

pero aún me duele nacer.

miércoles, 7 de febrero de 2024

La Culpa

 

   Yo también fui la patada en la cabeza inocente,

el incendio injustificado,

la infamia como lepra.

Hay grietas que nunca podré aliviar

y que crecen en mí

mucho más que en quienes las portan.

jueves, 18 de enero de 2024

Humahuaca, Enero de 2024

 

  Con más sol del que puedo contener en la mirada

y un cielo de piedra,

la sombra está rodando hacia Humahuaca.

La respiración poderosa de los cerros

es todo lo que queda

de lo que alguna vez fue mi alma.

Mirar Atrás

     Mirar atrás es comprender que algunas casas estaban podridas desde el primer ladrillo, que los sueños no son digeribles, que nuestra...