¡Que se destruya todo!
Pero... todo somos nosotros,
el piso sobre el que estás parado,
la sombra que te cobija en la tormenta
y el mañana en que creés estar a salvo.
Si lo destruimos todo
no nos quedarán ni los pedazos
con que pensamos reconstruirnos,
siempre habrá alguien más fuerte
que nos estrangulará las manos,
nuestras cabezas se restregará entre las cenizas,
habremos caído todavía más.
Porque siempre se puede caer más hondo,
gritar con más miedo,
perder más de tus huesos,
raspar más fuerte el fondo del tarro,
disolverte mucho más en la desgracia,
dejarte profanar por cada vez más espeluznantes despojos de rutina.
Si lo destruimos todo
sólo quedará
el odio hurgando en los escombros.