miércoles, 24 de mayo de 2023

Nadie Odia

 

   Nadie quiere odiar.

Nadie mastica ese vidrio por gusto.

Nadie siente placer almacenando rencor

ni aunque crea disfrutarlo.

Todos queremos la risa en la mano estrechada

y una confianza de puertas abiertas.

Todos queremos reconciliarnos con el mundo.

sábado, 20 de mayo de 2023

Reírnos Realmente

 

   Caerse de lo de siempre,

cagarse en los números y las fechas,

volver a verme en mi cuerpo,

volver a verte respirando realmente,

volver a encontrarnos en una infancia de veintitantos,

de treinta y algo,

de qué me importa.

Encontrarte y reírnos,

tarde de viernes y reírnos,

debería estar haciendo tal cosa pero reírnos,

hasta olvidar que tenemos risa,

que hay algo más allá de esta estridencia,

que el tiempo ha pasado y tenemos miedo,

que el mundo nos ha golpeado hasta la mierda

y nos espera a la salida con sus puñales.

Gracias a vos y a todos

los que alguna vez me han hecho

desempolvar mi verdadera risa.

domingo, 14 de mayo de 2023

Puteable

 

—Hijo de un camión lleno de putas, ¿qué estás mirando?

El pelotudo se dio vuelta para descubrir a su primo al lado suyo, parado frente a la misma vidriera, sonriendo con la cordialidad del reencuentro. Ambos se acercaron para un abrazo que unos minutos atrás el infeliz jamás hubiera imaginado recibir, no desde la sentencia, no desde aquel tatuaje que cambió su vida irremediablemente.

—No sabía que andabas por acá.

—Queria sorprenderte, sorete. Pensé que te haría falta una buena sorpresa.

El hijo de puta no podía esconder su alegría. Hace muchos días que nadie le dirigía una palabra amable. En el mejor de los casos recibía puteadas frías y neutrales donde no se traslucía la menor emoción, como un trámite.

—Vení, vamos a tomar algo, que hace rato no nos vemos, la concha recalcada de tu hermana.

Entraron a un bar, atrayendo la mirada de todos los concurrentes. No los miraban a ambos, ni siquiera al cuerpo entero de uno de ellos: sólo veían el tatuaje en la frente del boludo, un estigma que no podía ser ignorado. Por suerte sólo se limitaron a mirarlo: no estaban obligados a hacer nada más a menos que entablaran conversación con el tarado.

—Buenos días. ¿Qué desea tomar?

—Un café.

—¿Y el señor salame chupija? —El tono del mozo nunca se desvió de la amable afectación con que acostumbraba hablar a los clientes.

—Lo mismo.

—Enseguida se los traigo. Morite.

El culorroto ya había perdido toda esperanza de tener una charla tan amena. Llegado a cierto punto ya no percibía las puteadas o le importaban tan poco que las borraba de su mente casi en el mismo instante de su pronunciación.

Pero llegó el momento inevitable en que el primo hizo la pregunta:

—Decime, BASURA INSUFRIBLE (aunque hablara bajo, estaba obligado a decir las puteadas en vos alta), ¿por qué fue? Escuché varias versiones pero quiero saberlo de vos.

El insecto repulsivo suspiró y se confesó como si leyera un libreto largo tiempo ensayado: la caminata distraída, el choque accidental con una señora a la que se le cayó la cartera, el acto involuntario de levantar y alcanzarle esa cartera, la vieja paranoica gritando que querían robarle, el desconcierto y las injurias de la policía.

—Después me enteré que la vieja había sacado mucha plata del banco ese día y la llevaba toda en la cartera. Si no querés no me creas: no soy perfecto pero nunca fui chorro.

—Vieja de mierda... ¿Cómo no te voy a creer? Si desde chicos...

El monólogo del primo fue largo, emotivo y (para cualquiera que no fuera integrante de la conversación) resultaría tan soporífero que sería un insulto relatarlo.

Pero en cierto momento algo pasó: todo el bar se quedó mirándolo a él, ya no al reverendo hijo de puta sino a él, sin ningún rastro del disimulo que venían mostrando durante toda la charla. Varios de ellos estaban llamando desde sus celulares al mismo tiempo, con la urgencia de quien busca reportar un delito. ¿Desde hace cuánto que el primo no emitía un insulto?

Ambos mostraron el terror en la cara al darse cuenta y el primo, con el rostro enrojecido de urgencia y espanto comenzó a putear a su interlocutor a los gritos:

—¡La reconcha de tu madre bien puta y mal culeada! —Miró horrorizado a su alrededor, como quien comprueba en vano si ha logrado calmar a una fiera— ¡Miserable! ¡Comemierda! ¡Inmundicia! ¡Hacete culear por doscientos rinocerontes africanos! ¡Tirate de un edificio! ¡Metete el obelisco en el orto! ¡Que te ataquen mil violadores prendidos fuego!

Pero ya era tarde. Los comensales y mozos se habían agolpado alrededor de la mesa, bloqueándoles el paso. Pudo escucharse cómo alguien cerraba con llave la puerta de calle. Sólo quedaba esperar la llegada de la policía. El renacuajo mal violado no tenía de qué preocuparse: ya llevaba su castigo tatuado en la frente y debería soportar estoicamente el trato que recibía. Sólo estaría en problemas si lo descubrían tapando su frente.

El primo sí estaba en problemas. Cayó vencido sobre la silla mientras los demás comensales se regocijaban en su sensación de deber cumplido. Aunque en parte comenzaron a lamentar el haberse quedado: afuera se escuchaban tiros y una estampida multitudinaria. Eso sólo podía significar una cosa: alguien con un tatuaje de mayor nivel estaba siendo perseguido por la calle. Y hace rato que ninguno de ellos participaba en un asesinato grupal.

Mirar Atrás

     Mirar atrás es comprender que algunas casas estaban podridas desde el primer ladrillo, que los sueños no son digeribles, que nuestra...