miércoles, 31 de agosto de 2022

Continuidad de las Clases

 

‒… Y esa es la consigna de hoy. Los dejo resolverla; pueden preguntarme lo que no entiendan.

‒Profe, ¿cómo se llamaba el cuento?

‒Continuidad de los parques.

Listo: la parte más trabajosa de la clase ya está hecha. Ahora sólo debo recostarme frente a mi escritorio, fingir que corrijo o que preparo tareas o que resuelvo complicados e ininteligibles papeles de docente. Pero en realidad me afano en mi diario. Escribo porque siento, pero lo que siento ahora (y en cada instante dentro del aula) es miedo. Resultó ser una buena idea escribir mis sentimientos, desahogar en el papel el terror que me desarma, crear un muro dentro de la misma docencia donde ella no existe, donde me gano el sueldo sin esfuerzos extra. Tal vez podría continuar escribiendo aquel cuento o intentar un poema. Podría…

Profe.

No entendí la uno. Bueno, vos tenés que pensar por qué lee el protagonista. Vos ¿para qué leés esto? ¿Por diversión? ¿Por obligación? ¿Por aburrimiento? ¿Para quedar bien con alguien? ¿Para escaparte de la realidad? ¿Para qué? Él se sienta en ese sillón a leer, intenta concentrarse en algo, escaparse de algo, leer para algo… ¿Para qué lee? Y al final ¿consigue eso que buscaba al leer? No sé si queda más claro. Sí: gracias, profe.

¡Qué cagazo tenía en las primeras clases! No dejaba de preguntarme para qué me metí en esto. Fue este diario lo que me salvó; la primera vez escribí tres hojas enteras apenas volví a casa. Aunque a veces me pregunto por qué sigo escribiendo si el mayor susto ya pasó; ahora sólo me queda un miedo cada vez más debilitado por la rutina. Bien podría leer un libro, total estoy dando un ejemplo como lector, y dejar la escritura creativa para la comodidad de mi hogar. O podría tan sólo preparar clases hasta que suene el timbre: restringir las obligaciones laborales a su propio límite para que no invadan mis horas de ocio. Por cierto, este sábado podría salir a…

Profe.

En la dos tenés que pensar al menos dos interpretaciones posibles para el final. Viste que no queda claro cómo termina. ¿Vos cómo lo interpretaste? Sí, ese está bien. Ahora deberías pensar otra interpretación, tal vez una más realista.

¿Y por qué me metí en este trabajo en primer lugar? Era lo mejor que tenía a mano, lo sé, pero ¿había algo más? Tuve profes en la secundaria a los que recuerdo con mucho cariño. De hecho, la primera vez que leí “Continuidad de los parques” fue con la profesora Castillo y me produjo…

Profe.

Tu respuesta no está mal pero la idea es que uses más tus palabras y no copies tal cual del cuento.

Están respondiendo bien la uno. Creía que les iba a costar más.

Profe.

En la uno, vos tenés que…

Profe...

PROFE.

 

Profe, terminé.

Dos respuestas excelentes y una alumna que nunca me pidió ayuda. Sabía que era inteligente pero esto… Su interpretación del final jamás se me habría ocurrido.

Tomá, Camila: ya lo corregí. Están muy buenas tus respuestas.

‒Gracias. Me gustó mucho el cuento.

¿Cuándo fue la última vez que un alumno…? Me recuerda a mí mismo en la secundaria, sólo que era más taciturno y jamás hubiera sido tan honesto con un docente, ni siquiera con Castillo. Debería preparar la clase de la semana que viene o continuar mi diario o escribir cualquier cosa, pero no dejo de pensar en las respuestas de Camila y en aquella lejana clase con otra profesora de literatura, cuyo cuento también me cautivó pero nunca se lo dije.

Aún queda media hora de clases. Creo que ya escribí bastante.

Me levanto de la silla, casi siento ganas de tirarla contra la pared, como buscando derrumbarla.

‒¿Saben qué? Vamos a hacer una puesta en común en el pizarrón. Ahora quiero que alguien me responda, aunque dude, aunque tenga miedo, aunque diga un disparate o aunque no me guste la respuesta: ¿para qué lee el personaje?

domingo, 28 de agosto de 2022

Y Estoy Acá

 

   Y estoy acá, mirando de frente

el grito violento de la noche,

sin saber si aún es tarde,

sin comprender el rastro de polvo

que se desprendió de tu mirada.

Canta una botella de vino vacía

en el rincón más pesado del silencio.

sábado, 27 de agosto de 2022

La Cruda Amabilidad

 

Nunca imaginé que mi primer alquiler sería así.

Él era muy amable. Tenía unos cincuenta años, vivía con su anciana madre y tenía otros dos departamentos compartiendo el patio. Me invitó a pasar a su casa, me ofreció mate, me mostró el departamento en alquiler: dos ambientes a medio terminar pero lo bastante completo como para habitarlo (además por ese precio y con esa ubicación no podía quejarme aunque pareciera una obra en construcción). También me mostró su casa, su pieza, su baño y hasta abrió la puerta del departamento del otro inquilino para mostrarme su interior. No pidió garante ni recibo, apenas un depósito mínimo. Pobre… Necesitaba pagar urgente una boleta de gas.

Luego vino la mudanza, el miedo y la alegría de abandonar la casa materna. Él ayudó a bajar las cosas, vino a verme un par de veces, dio algunos consejos sobre dónde colocar tal o cual mueble. Como mi baño no estaba terminado no tenía ducha y me ofreció una copia de la llave de su casa para bañarme ahí. Era el colmo de la generosidad. La última vez que vino fue cerca de medianoche: me pidió cien pesos para comprar cigarrillos.

En los días siguientes descubrí que su amabilidad no conocía límites. Cada vez que yo salía a colgar la ropa o entraba a su casa a bañarme me invitaba insistentemente a tomar mate. Siempre que él hacía de comer me preparaba un plato y me lo llevaba a mi casa o me llamaba a la suya. Se acostumbró a llamarme a cada rato a los gritos para ir a comer a su casa. Al principio podía ser un poco molesto, pero uno se acostumbra. Él se preocupaba tanto por mí… Me golpeaba la puerta en cualquier momento por si necesitaba algo. A veces lo hacía sin un verdadero motivo, es cierto, pero en otras ocasiones era necesario: tenía que pedirme plata (de hecho me pedía con frecuencia). Muchas veces me hacía el dormido para no abrirle (el pobre no se merecía que le haga eso pero es que uno puede ser muy egoísta cuando intenta dormir). Pero por suerte él insistía tanto que me levantaba a abrirle, ya sea a las ocho de la mañana o a las dos de la madrugada, para recibir su comida o su invitación a tomar mate. Aunque no hacía falta que llame: frecuentemente abría la puerta con su llave sin aviso. Una vez tuve que esconderme apresuradamente en el baño porque entró cuando yo andaba en calzoncillos; nos reíamos mucho al recordarlo.

Fumaba como un escuerzo pero esa no era su mayor adicción, sino el juego. Era lo que lo apasionaba. Muchas de las veces que golpeó mi puerta venía a pedirme que le busque por el celular los resultados de la quiniela (y si no me encontraba en casa a veces me llamaba para preguntarme los números) o tan sólo quería narrarme sus mayores hazañas, como la vez que volvió del bingo con diez mil pesos luego de haber perdido treinta mil tan sólo en ese mes. Es cierto que vivía cada vez más endeudado pero no lo juzgo: todos tenemos alguna adicción (sin ir más lejos, yo paso mucho tiempo jugando a la play). La diferencia es que su adicción requería dinero constantemente. Se acostumbró a pedirme plata prestada para seguir jugando o para pagar sus deudas de juego. Llevaba anotados mis préstamos para evitar discusiones pero jamás tuvimos un disgusto. Por pura acumulación, era frecuente que le terminara pagando todo un mes por adelantado incluso dos semanas antes de mi fecha de cobro. Luego yo llegaba a fin de mes sin un peso pero ¿qué no hace uno por ayudar a un amigo?

Algunos dirán que me mudé porque no lo aguantaba pero se equivocan. Es cierto que él y su madre discutían a los gritos varias veces al día. También me sorprendió enterarme de su esquizofrenia, aunque eso explicaba sus anécdotas sobre vecinos ladrones con poderes mágicos que lo atacaban a él sin que nadie los viera o la plena convicción con que relataba su visión de ángeles que además le decían cosas. Algunos hasta tienen el descaro de creer esas absurdas calumnias según las cuales él le robaba a su madre para ir al bingo. Incluso hay quienes tienen la infamia de decir que me fui por no soportar su aspecto, lo cual es absurdo. Es cierto que él no era muy agraciado: tenía cara más bien de loco, usaba ropa vieja y (con frecuencia) sucia y muchas veces se le sentía un mal olor de días sin bañarse, siempre que el humo de los cigarrillos que te fumaba en la cara te permitiera oler otra cosa. Tampoco voy a negar que mis visitas se asustaban la primera vez que lo veían e incluso una vez me espantó una mina.

Pero nada de eso es cierto. Ustedes, por muy médicos que sean no saben nada. Si tan sólo me dejaran reunirme con él en el mismo pabellón podríamos explicarlo todo, podríamos demostrar que ese ángel tenía razón y que él es un buen hombre, sólo que demasiado amable.

viernes, 26 de agosto de 2022

La Mansión Liberada

 

Sabía que no iba a durar para siempre. Nada bueno dura, al menos nada demasiado bueno, o nada demasiado bueno que me pase a mí. ¡Quién iba a pensar que yo viviría quince días en una casa como esta, en una (las cortinas: olvidé cerrar las cortinas de la pieza) verdadera mansión! Mansión de tres ambientes, mansión que apenas tiene patio pero... es que de sólo recordar mi casa, la habitación compartido, las discusiones de mis viejos, el frío, la humedad… ¿Y si Hernán me pidió que le cuide la casa por eso? ¿Habrá tenido lástima de mí? ¿No sólo quería presumir de sus vacaciones en el exterior sino que además quería refregarme una casa de verdad en la cara? No me extrañaría; es un buen tipo pero desde que tiene plata es un agrandado. (Debo limpiar mejor la cocina; todavía se notan las manchas en el horno).

Sé que nunca volverá a pedirme que le cuide la casa. Más aún: tendré suerte si vuelve a hablarme. Se supone que sólo iba a venir en el día a darle de comer al gato (la comida de Guchi. Mejor le dejo más por las dudas), a regar las plantas, a enviarle mensajes tranquilizadores para que pueda seguir disfrutando sin culpa la playa de Brasil. Si querés mirar la tele o quedarte alguna noche no pasa nada, lo sé, pero no se va a quedar callado cuando vea   la puerta del ropero rota o su botella de Vodka importado a medio vaciar. No se suponía que trajera mis cosas y me instalara acá estas dos semanas, que invitara amigos, que armara aquella fiesta. Los vecinos le van a buchonear todo y, aunque no lo hicieran, él va a ver las manchas de cerveza en la alfombra, la planta aplastada del patio, el…

Sólo falta cerrar la puerta. A primera vista se ve igual que cuando él se fue. Empiezo a sentir la misma indiferencia de los objetos, la misma hostilidad. Hasta Guchi (qué nombre de mierda. ¿Por qué le puso así al gato?) me ignora, cuando había llegado a encariñarse conmigo, tanto que me hacía sentir su dueño. Nuestro hogar es el sitio del cual reconocemos todos sus elementos; cada cosa contenida en él es parte de nuestro pasado. Aunque creí que me estaba acostumbrando a la casa, sus objetos me eran ajenos: podía usar el televisor, el baño, la cama pero esas fotos de los cuadros estaban ahí, recordándome un pasado del que no soy parte, la existencia de una entidad que reclamaría el espacio entre estas paredes como suyo dentro de unos días, dentro de cada vez menos días, en unas pocas horas… Ahora soy el intruso; debo desarmar este pequeño pasado provisional que establecí en la casa de Hernán. Creo que no me olvidé nada. La llave gira en mis manos, ansiosa por cerrar la puerta y aislarme para siempre de este mundo tan distinto al mío.

Pero la puerta del ropero. Tal vez con las herramientas de Hernán pueda arreglar la bisagra, que cierre bien, que dentro de (por ejemplo) dos semanas se caiga al abrirla pero ya no sospecharán de mí: eso te pasa por comprar muebles que se ven lujosos pero son de mala calidad. Claro, y el vodka. El chino tenía uno en oferta. Ahora sólo lleno la botella y el gusto no es como lo recordabas; eso pasa cuando te vas de vacaciones, ¿no? Tu casa parece distinta porque… ¡El olor! Hace días que no noto el olor de Hernán en su casa. Tal vez me acostumbré o fui yo quien invadió este aire. ¿Y si entra y percibe mi aroma en la cama, en el sillón, en todo el lugar?

Cerré con llave. Me marcho tranquilo, sabiendo que ya ni el aroma me delatará. Cuando Hernán regrese dentro de una hora (la llave bajo la tercera maceta, como acordamos) no notará ningún rastro de mi presencia ni le importará en lo más mínimo. Al abrir la puerta correrá hacia la cocina (el olor para ese entonces será insoportable) pero probablemente sea tarde porque, asfixiado o en llamas, comprenderá que esa casa era demasiado buena para mí, para él o para cualquiera.

jueves, 25 de agosto de 2022

Si Esto es Hablarte

 

Es difícil hablarte. El tipo hecho a la antigua que no entiende de celulares y esas cosas, el viejo que de suerte tiene un mail porque Luciana se lo creó para hacer trámites. ¿Alguna vez te molestaste siquiera en pedirle el celular a ella para revisar la bandeja de entrada? Mirá que sos porfiado, porque ¿cuánta gente con tanta o más edad que vos tiene Whatsapp y Facebook hoy en día, aunque sea para revisar las publicaciones y estados de sus hijos? Si sólo fueras un poco menos testarudo podrías haber visto de inmediato las fotos de Luciana recibiéndose, en vez de esperar que ella vaya a tu casa a mostrártelas en uno de esos aparatos del demonio. ¡Pero bien que te alegró verlas! O eso me contó ella. ¿Cuánto hace que no hablamos? Por eso te escribo un mail, porque después de tanto tiempo uno no sabe cómo romper el hielo, porque uno nunca sabe cómo vas a reaccionar o, más bien, porque creo saber muy bien cómo reaccionarías y eso es lo que me asusta. Siempre me dabas miedo, aunque no hicieras nada. Supongo que esa parquedad era tu forma de demostrar cariño, amor rudo como quien dice. Quizás había amor hasta en los piadosos golpes de tu cinturón. ¿Por qué no? Si hasta me mostrabas con orgullo la cicatriz que te dejó en la espalda el rebencazo del abuelo, como un nene inocente muestra la marca del beso materno en el cachete. “A los pibes hay que criarlos a los golpes”; nunca voy a estar de acuerdo con vos pero quizás tenías tus razones (ojo: soy la última persona que te justificaría pero quizás las tenías). Es la forma en que te criaron, la única que conocés, o al menos la única en la que creés. Sospecho que además descargabas tu frustración de esa forma: los problemas en la fábrica y cómo te echaron, cómo te cerraron la panadería, la muerte de mamá y la bronca de no tener plata para darnos una vida digna… Tal vez Luciana piensa más en estas cosas y por eso ustedes se llevan bien. Alguna vez vos y yo tuvimos esa misma relación pero sabía que todo se iba a ir a la mierda cuando te enteraras, que nunca lo ibas a aceptar a Martín, que nunca me aceptarías. El hijo maricón, el símbolo de tu fracaso como padre, “debí haberlo golpeado más, debí llevarlo a la cancha”. Sólo tenías que mantener la farsa de la aceptación, tu burbuja y la mía tolerándose sin destruirse pero al parecer era pedir demasiado. Lo entendí por tus insultos esa tarde que te pusiste en pedo. Lo que no imaginabas (estoy seguro de que no podías ni siquiera concebirlo) es que yo no iba a quedarme callado, que mi bronca no se iba a quedar adentro mío, pudriéndome la sangre. No pude aguantarme y ya sabés cuál fue el resultado: para que vieras si duele la trompada de un puto. Ahora, después de estos años, me pregunto cuánto te contó Luciana de mí. ¿Viste las fotos de mi casamiento con Martín? ¿Ella habrá tenido el valor de mostrártelas? Estamos llenando los papeles para adoptar; no sé si te dijo. No sé ni por qué te escribo esto. Pero estoy seguro de que Luciana lo sabe; siempre tuvo ese don para leer a las personas. Tal vez por eso te siguió hablando todo este tiempo, tal vez por eso estará ahora mismo allá con el resto de los parientes, llorando toda la noche alrededor de tu cuerpo vacío.

miércoles, 24 de agosto de 2022

A Dónde Va

 

   ¿A dónde va mi vida entre silbidos,

entre voces, entre aplausos, en silencio,

muriendo cada día de nostalgia,

naciendo al revés cuando amanece?

Porque duele cada minuto violasueños.

Duele recordar que he nacido,

pensar que he buscado (¿he buscado?)

y no he encontrado

lo que calme esta sed de hambre,

esta fiera temblando en el misterio.

domingo, 21 de agosto de 2022

Los Seres de Luz

    

   Los he visto (sonrisas plenas

que abren surcos en la realidad)

deslizándose por fuera de las horas.

He oído sus voces fluorescentes

grabando cada tiempo y cada piedra.

Avanzan resplandeciendo

en la noche más perversa.

Caminan sobre el pasto sin pisarlo.

Un hilo infinito los sostiene desde arriba.

Una humildad de carne los ancla entre los mortales,

los obliga a brillar tan blando que no nos incineren las retinas.

Porque es un lujo encontrar a cualquiera de ellos.

Porque nadie sabe cuántas hojas de oscuridad

quiebra su propia mirada.

Porque a este día hay que vivirlo,

devorando el dolor,

rompiendo el miedo,

juntando toda la leña

en los páramos inmensos de nuestro cráneo.

Y vos... ¿qué criatura sos?

¿Desde qué círculo de la mente sintonizás con el universo?

Alfil Sangre


 (Cuento ganador de una mención honorífica en el 5° Concurso Literario Internacional de Relatos Humorísticos "Alberto Cognigni 2020". La presente es una versión extendida de la que participó en ese concurso)


Caballo al D6.

—¡Cagón!

—¡Muerto!

—¡Andá a jugar a las damas!

—¡Avanzá, puto!

Los gritos de la hinchada caen como defecaciones calientes y pegajosas sobre el jugador visitante Zokolov. Cada uno de sus movimientos arrastra una oleada de insultos. Es peor cuando se queda pensando la jugada: irritados por la indecisión de Zokolov o tal vez buscando provocarle un mal movimiento, los hinchas hacen llover sus injurias junto con varias piedras. Más de una vez los efectivos que rodean la mesa deben acercarse a los jugadores y proteger con sus escudos al ajedrecista visitante. Villalvez, el jugador local, tiene una suerte distinta. De la tribuna le llegan mayormente gritos de aliento y cánticos a coro de toda la hinchada. Muy ocasionalmente le toca una piedra pero sólo de rebote o merced a la mala puntería de algún fanático. Si todavía hubiera hinchada visitante los insultos y alabanzas serían equilibrados para ambos. Pero un largo historial de enfrentamientos violentos entre barrabravas terminó en esta restricción, este alarido unidireccional y salvaje.

—¡Dale, papá: mové el peón!

—¡Rompele el orto a ese caballo!

—¡Hacé jaque con la torre, pelotudo!

Los hinchas le gritan a Villalvez tantas jugadas distintas que él sólo escucha un desconcertante ruido. Nunca faltará alguien que lo insulte cuando no elija la jugada que le indicó pero rara vez el estadio entero se pondrá en su contra (sólo cuando tome una decisión ostensiblemente errónea).

Reina al B6. Jaque.

—¡Jaqueeeeeeeeee!

El grito de la hinchada desborda el estadio, retumba, se repite, cae orgiásticamente sobre sí mismo. Su duración amenaza ser eterna pero tras interminables segundos comienza a ser reemplazado lentamente por puteadas: Zokolov está indeciso.

Pasan unos pocos minutos de insultos crecientes sin que haga un movimiento. Al llegar a los cinco minutos el estadio es un grito de guerra. Los fanáticos tiran abajo el alambrado de seguridad de la tribuna norte. Los jugadores corren a refugiarse en los vestuarios mientras la policía reprime con balas de goma y gas lacrimógeno.

Mientras se desenvuelve la batalla campal, los jueces y directivos discuten si deben suspender la partida. Pero es difícil hacerlo; no conviene disgustar a los sponsors, los mismos que adornan con  innumerables logos el estadio, la indumentaria de ambos jugadores, las fichas y los cuadrados del tablero (hasta el punto de casi no distinguirse el color de cada uno). Hay dos multinacionales en especial (una automotriz y una empresa de gaseosas) que podrían tomar severas represalias si pierden publicidad por una revuelta de la hinchada. Ambas compañías han dejado claro que detestan estas muestras de violencia. Por eso mismo patrocinan varios programas televisivos sobre ajedrez, programas más sanos donde panelistas apasionados discuten a los gritos la superioridad de tal o cual ajedrecista o la mayor eficacia del gambito de Gerald por sobre el enroque, muchas veces terminando a las piñas para gozo de los espectadores.

En el tumulto resaltan los gritos de un gordo en cuero con un tatuaje de un alfil rojo en su brazo derecho. Ahora mismo está tirando un cascote a la policía al grito de “¡Aguanten los alfiles, carajo!”. Quien lo vea así fácilmente creerá que se trata de algún demente antisocial pero hasta hace un par de horas era un panadero pacífico y bonachón. Es el ajedrez... Es ese sentimiento que se lleva bien adentro y no se puede parar. Alguna vez el gordo fue un niño indiferente a quien su padre y sus tíos convencieron de que los ajedrecistas argentinos (especialmente los de zona sur como Anríquez y Bufotti) son los mejores mientras que los demás son pecho frío que sólo merecen desprecio. Fueron ellos quienes despertaron en él esta pasión maravillosa merced a la cual ahora mismo le muerde una oreja a un milico.

La policía retrocede, huye incapaz de contener la multitud. Los fanáticos invaden lentamente cada habitación del estadio, desde los vestuarios a la oficina del presidente. Se ensañan especialmente con los periodistas del palco de prensa y destruyen furiosos las costosas cámaras televisivas. Tal vez estén ocurriendo atrocidades peores pero ya no pueden verse entre las llamas. El fuego crece lentamente en distintos puntos del estadio y ahora lo abarca por completo.

En el centro del fuego se ve el tablero, extrañamente intacto. El rey de Zokolov con su logo de una marca de cerveza está en jaque entre una gasolinera y una marca de arroz. ¿Qué le costaba aceptar su derrota, si de todos modos cobra una fortuna? No tendría que huir en su micro como ahora. Logra escapar solamente gracias a que los hinchas se entretuvieron linchando a Villalvez, recriminándole no haber hecho jaque mate mucho antes. Porque mirá que tuvo oportunidades: en la vigésima jugada pudo sacrificar una torre (la que tiene el logo de un jugo) y así encerrar a la cerveza con su tienda de electrodomésticos. Y en la vigésimo quinta…

Los reporteros fuera del estadio enarbolan su indignación frente a las cámaras:

—Con este incidente, ya son cuatro las partidas que acaban en batallas campales este fin de semana y veinte en lo que va del año. Algo va mal en el ajedrez de nuestro país. Hasta el año pasado todo era normal: apenas diez y ocho disturbios anuales...

Una repentina lluvia de piedras no le permite al reportero liberar su estudiado discurso sobre quiénes son los culpables de esta violencia. Una estampida de policías en retirada le impide mantenerse consciente y, tras ellos, la fanática oleada lo libera para siempre de la necesidad de respirar, convirtiéndolo en uno de los incontables mártires cuyas vidas se pierden este día en honor del ajedrez.

Todos los automóviles que se encontraban alrededor del estadio acaban inevitablemente en llamas. Desde el aire se ve como si una inmensa bandera de fuego comenzara a desbordar las tribunas para cubrir una a una las calles, las casas, el país. Ya se escuchan los vidrios rotos, las puertas derribadas y los gritos en las viviendas más cercanas, invadidas quizás por el fuego, por los fanáticos o por ambos. Es difícil saber cuánto tardará en apaciguarse la horda, ya que un evento tan indignante como la suspensión de una partida puede desencadenar una ola de saqueos, asesinatos y violaciones que dura varios días. La última vez el presidente tuvo que declarar feriado por disturbio (lo llamó “el Día del Hincha”), aún no queda claro si para reprimir más fácilmente los desmanes o para disfrazar el vandalismo como fiesta nacional.

Algunos periodistas en televisión ya vuelven a proponer soluciones poco prácticas, como guiar a todos los hinchas hacia la frontera y hacerlos pelear contra una hinchada del país vecino que está provocando idénticos estragos en esas tierras. En todos los canales hay propuestas tan o más inverosímiles que ésta, destacando la de aquel canal evangélico que propone enviar dinero a una cuenta bancaria para que Dios calme el incidente.

¿Qué pasa ahora en el estadio? No lo sabemos y, de todos modos, poco importa: la escalada de fanatismo violento se ha desparramado por toda la ciudad, con sus hinchas cantando “Yo te sigo a todas partes” mientras rompen vidrios, roban televisores o prenden fuego a una vieja. Aunque ahora mismo estuviéramos sentados en las gradas, no podríamos precisar en dónde termina el estadio y en dónde comienza todo lo demás.

Tuvimos un Pasado


    Tuvimos un pasado

de horneros entre las espinas del dinosaurio,

de regueros de hojas disecadas en ángulo muerto.

Nuestra madre acarreaba los alambrados hambrientos,

dócilmente quebrada bajo los ponchos de tierra,

como un calor gris en el centro de otra historia.

Todavía puedo oírla

triturando su propia corteza

para columpiar las escamas del suspenso.

Era de chapas la tarde

todos los días que nuestro padre caminaba

a través del vidrio destrozándolo.

Nos dolía presentirlo

vomitando ventanas muertas en los bolsillos,

pariendo dinamita en la dilucidación de nuestros pájaros,

destripando el viento duro de la noche.

Su rugido verde afiebraba todas las guitarras.

Tuvimos una infancia

de miedo en la punta de un pan muerto,

de golondrinas violadas en la siesta.

Aún no entiendo cómo nos rescatamos

de la calamidad intrascendente

de respirar gatos enfermos.

Era el tiempo del barro.

Era la hora de ser un ladrido mojado.

Pero pudo ser otra la melodía.

Pudimos soñar otra nube de árboles sobre los autos en llamas.

Sólo había que atornillar un poco menos

las cenizas en tu ojo descalzo.

Sólo había que domesticar

las hambrientas columnas del dinosaurio

hasta que el jilguero del mundo vuelva a casa.

Sólo había que (sólo podemos)

parir nuestra torre frente a este hedor de muerte prehistórica

que de lo contrario nos masticará hasta la última palabra.

Te Debés la Luz

 

  Vos no sos esto.

No esta silla, no esta puerta cerrada,

no este cuadro de niebla

detrás de todas tus noches.

Vos no sos el miedo,

la tristeza, la bronca, la resignación.

No caminás por esta senda.

No te hundís en tu propia sombra.

No sos esta lágrima que cae

silenciosamente derrotada

en el eco imborrable de tus huesos.

Vos no sos lo que ellos hicieron,

lo que han dicho, lo que juzgaron,

la laguna infecta con que rodearon tu alma,

la tormenta de espejos que se estrella diariamente en tu cabeza.

Vos no creés en la derrota.

Vos no sos ellos.

Vos sos vos.

Vos querés ser vos,

indeclinablemente vos, seas lo que seas

y donde sea que existas ahí dentro tuyo.

Sos esa risa verdadera que se te atoró en un costado.

Sos tu sangre que quiere sentir su propia fuerza.

Sos una mirada fresca e indomable que derrota las paredes,

incendia los televisores

y avanza en un cortejo de tigres eléctricos.

Vos merecés tu propio deseo.

Vos necesitás perdonarte

cada herida, cada falta,

cada ruido, cada susto, cada prisa.

Ya te enloquece la necesidad de amarte.

Porque merecés amarte,

necesitás conocerte,

ansiás descubrirte.

Te debés la luz…

Nos Acostumbraron


   Nos acostumbraron a ser fetos, nos acostumbraron

a crecer de costado, a tomar la piel prestada

porque nuestra piel no crecía. ¿Por qué nuestra piel no crecía?

¿Acaso no estábamos lo bastante asustados?

¿No estábamos lo bastante cerca de nuestra propia carne?

¿Qué fue lo que nos pasó para terminar con las rodillas en el pecho?

Nos acostumbraron a ver viejo (podredumbre de pestañas disecadas;

no cruces la calle con los codos en la mesa).

Nos acostumbraron a necesitar otra garganta. Nos acostumbraron

a dormir fuera de nuestro propio sueño.

Nos acostumbraron a tener miedo.

Pero nos buscamos desesperadamente en la mirada.

Pero nos soñamos con la piel plena de aire.

Y nos esperamos

a la vuelta de cada cerradura.

Mirar Atrás

     Mirar atrás es comprender que algunas casas estaban podridas desde el primer ladrillo, que los sueños no son digeribles, que nuestra...