miércoles, 29 de marzo de 2023

Un Favor Insignificante

 

Cuando Juan llamó a mi puerta pidiéndome un favor, me esperé cualquier cosa menos una soga.

—¿Se te rompió el ténder?

—No. Es para ahorcarme.

Involuntariamente solté una sonrisa que duró un instante, apenas el tiempo suficiente para darme cuenta de que Juan no solía hacer ese tipo de bromas. Él seguía mirándome con un rostro inocente, casi infantil.

Le pregunté para cerciorarme y no había dudas: quería ahorcarse.

—¿Es para asfixia sexual? Nunca me hubiera imaginado que te gustaban esas cosas.

—No digas boludeces. Es para suicidarme. ¿Tenés una soga o no? Dale, después te la devuelvo.

—Pero ¿por qué? No entiendo por qué querrías...

—Es asunto mío. Estoy aburrido y me quiero suicidar un rato. ¿Tan difícil es de entender? Si fuera por mí no te molestaba pero mi amigo Ernesto se enojó conmigo y ya no me quiere prestar más nada.

Y yo ahí, esperando el remate de un chiste de mal gusto que nunca iba a llegar.

Los motivos que pudiera tener para suicidarse eran predecibles pero insuficientes: se llevaba para la mierda con su mujer, no tenía hijos ni amigos, vivía únicamente para realizar un trabajo que detestaba y (según sus palabras) había perdido toda esperanza de cambiar su situación. Todas esas características alcanzaban para constituir un hombre desgraciado pero eran motivos insuficientes para buscar la muerte.

No sirvieron las exhortaciones a entrar en razón ni los pueriles argumentos sobre la necesidad de seguir viviendo porque etcétera... Él quería suicidarse y nada de lo que yo le dijera iba a cambiar su decisión. Lo único que logré fue enojarlo: se quejó de que a mí no se me podía pedir nada, que él me ayudó cuántas veces, que me acordara de las ocasiones en que me prestó herramientas y yo no podía ayudarlo en un insignificante suicidio...

—Entonces, ¿me prestás un cuchillo? Uno que corte, porque los míos están todos desafilados.

—¿Para qué querés el cuchillo?

—¿Para qué va a ser? ¡Para cortarme las venas! ¿No te estoy diciendo que me quiero suicidar?

Se fue enojado a pedirle a otro vecino. Luego me enteré de que él se suicidaba con frecuencia, lo cual explicaba los diversos golpes y cortes que le veía a veces. Yo suponía que su mujer lo golpeaba pero la realidad acabó siendo mucho peor.

Hasta ahora siempre había salido con vida de sus suicidios: las sogas se le rompían, los cuchillos estaban desafilados, las caídas desde las alturas siempre encontraban amortiguación. No sabría decir si era mala o buena suerte, pero el seguía en pie con su cantidad creciente de heridas y cicatrices.

Dos veces más volvió a pedirme herramientas de suicidio, en ambas con idéntico resultado. La segunda vez apenas podía hablar mientras me mostraba en su cuello la marca dejada por unos cordones de zapatillas. Me la señaló como echándome en cara que si yo le hubiera prestado la soga él no habría quedado así.

Aunque ya no volvió a pedirme, empecé a encontrármelo más seguido. Nos quedábamos hablando en la vereda y alguna vez llegué a tomé mate con él. Creí que podía convencerlo de abandonar esa locura pero entonces me di cuenta de hasta qué punto el suicidio era importante en su vida. Constantemente planificaba toda clase de atentados contra él mismo. A veces convertía sus fantasías en proyectos reales pero la mayoría sólo servía para complacerlo, regodearse en esos placeres exóticos que no podría llevar a cabo. Eran raras las ocasiones en que intentaba realizar sus fantaseos más irreales. Recuerdo cuando, por ejemplo, se empecinó en averiguar los precios de vuelos a París: quería tirarse desde la torre Eiffel. ¿De dónde le vino la idea? Nunca lo supe. Incapaz de convencerlo de conservar la vida, al menos lo disuadí mostrándole el valor desmedido de un boleto de ida y asegurándole que (según vi en un programa de televisión) las medidas de seguridad en la torre harían imposible su proyecto.

Creo que fue en ese entonces cuando me di por vencido. Si no era posible convencerlo, al menos decidí evitar su compañía. Pero de a poco empezó a afectarme, a invadirme de otras formas. Una tarde me encontré una mancha de sangre en la ventana: Juan trató de cortarse las venas justo en el patio, al lado de la medianera (andá a explicarme vos cómo salpicó tanto). No puedo creer que sobreviviera a eso. Y fue peor cuando intentó electrocutarse: dejó sin luz a todo el barrio y me quemó la heladera. No tengo idea de cómo lo hizo, qué coso habrá entrado en cortocircuito, pero parecía que entre más intentaba dañarse a sí mismo más perjudicaba a todos quienes lo rodeaban.

Comencé a vivir paranoico. Tenía miedo de que una bala perdida golpeara en mi patio, o que un Juan mal suicidado me cayera encima desde el techo. Ya no me animaba a traer visitas y yo mismo permanecía adentro, tan encerrado como fuera posible. En las pocas veces que no pude evitar encontrármelo me enteré de su separación (demasiado había aguantado la pobre). Juan me contaba cómo ahora que estaba solo le costaba más trabajo suicidarse y limpiar el desastre que quedaba tras sus intentos fallidos. De su mujer apenas hablaba, como si fuera sólo una anécdota en su automutilado mundo.

Finalmente decidí mudarme. Encontrar un alquiler fue difícil pero ya respiro tranquilo, o eso creo.

Hace tiempo que no tengo novedades de él y es un alivio. La última vez me llamó para preguntarme si no tenía balas calibre veintidós para prestarle. Le corté enojado. Al parecer entendió que no quiero saber nada pero sigo preguntándome por él, si es que aún sigue vivo. Alguien debería (yo no pude: me cansé de intentarlo), pero alguien debería hacerle entender, explicarle que si sigue suicidándose se va a terminar matando.

jueves, 16 de marzo de 2023

Procesión de Sombras

 

   Apagón, quietud

y este grito inmenso de tu ausencia.

Se me espanta la soledad cuando miro

esta procesión de sombras

entre los gigantes muertos de mi hogar.

No percibo un sólo fragmento de realidad

que sirva para apagar el presente,

que no lleve tu perfume impreso.

No puedo quedarme sentado

frente al mullido espejo de la nada

masticando tu nombre hasta que duela.

Mirar Atrás

     Mirar atrás es comprender que algunas casas estaban podridas desde el primer ladrillo, que los sueños no son digeribles, que nuestra...