—...Eso es lo que Darwin denomina
"selección natural". Es un proceso por el cual...
¿Pero quién podía concentrarse en la teoría
de la evolución enfrente de semejantes músculos? La atención del alumnado comenzaba
y terminaba en la apretada remera del profesor de biología, ya sea por deseo
sexual, por envidia o por puro asombro.
Y no es que fuera algo extraordinario,
porque todos los docentes, preceptores y directivos tenían cuerpos musculosos,
cual más o cuál menos (mujeres incluidas) y el que no tenía músculos por lo
menos era experto en algún arte marcial. Pero la fascinación que despertaba el
profesor Hernández tal vez se debía a cierta contextura inusual: su cuerpo era
más alto de lo común y estaba adornado por una musculatura digna de un
fisicoculturista, no unos brazos prácticos pero poco marcados, sino una obra de
arte maciza y proporcionada digna de ser inmortalizada en una estatua. Tal vez
ese imponente aspecto fuera la causa de que conservara su puesto sin desafíos
desde hacía más de dos años. Era raro ver un docente como Hernández: sin marcas
ni golpes ni vendajes, circunstancia que seguramente lo volvía aún más
fascinante.
El golpe en la puerta sonó cuando el profe
intentaba desarrollar un ejemplo sobre la herencia genética de los perros.
Inmediatamente después lo impensable atravesó la puerta: la directora
acompañada de un desconocido y anunciando un reto por el cargo de Biología de
3°D.
El entusiasmo de los alumnos contrataba con
la desconfianza de Hernández. Preguntó si el retador cumplía con cada requisito
para el desafío, si estaba inscripto en el listado, si tenía su documentación
encima, si había otro docente como testigo, por qué no podía esperar al recreo
o a la salida, ya sé del cambio en el Estatuto pero me interrumpe la clase...
Alguien lo bastante malintencionado podría
acusarlo de tener miedo.
Y no sería el único aterrado. Su retador
(se llamaba Carlos y tenía un apellido raro, como si fuera alemán) se notaba
nervioso. Era joven, tal vez recién recibido y no se veía muy musculoso. Tal
vez ambos estaban igual de asustados pero Carlos no tenía unos bíceps lo
bastante gruesos para esconderse tras ellos.
Finalmente llegó la preceptora para vigilar
a los alumnos mientras Hernández, Carlos y la directora salían al pasillo. El
profesor del aula de al lado ya estaba afuera, listo para ser el otro testigo.
Todos los alumnos se agolparon contra las
ventanas mientras la directora leía el discurso previo con la monotonía de una
formalidad demasiado frecuente. No sólo estaba acostumbrada a arbitrar los
desafíos: aún se le notaba el ojo un poco morado y cojeaba ligeramente al
caminar. Si permanecía en un cargo tan codiciado era gracias a su cinturón negro
de Krav Maga y su físico imponente, el cual despertaba en los hombres mucha más
envidia que deseo.
—...Sin más que agregar y en cumplimiento
de todas las normativas vigentes, se da inicio a este acto. Comiencen.
Hernández permaneció quieto, en guardia. Carlos
comenzó a saltar en su sitio mientras se cubría. Era desconcertante porque de
la cintura para abajo permanecía en guardia de taekwondo y para arriba en
guardia de boxeo. Lo más probable es que intencionalmente buscara generar esa
perplejidad en el adversario. Cuando tu oponente no tiene la menor idea de tu
estilo de pelea estás en ventaja. Debió aprender esa enseñanza en alguno de los
múltiples cursos de capacitación docente que actualmente se centran en
"Psicología del combate".
El silencio.
Antes del primer golpe hay un momento de
quietud donde el tiempo se detiene. Puede durar sólo un segundo pero la tensión
es insoportable, como una dominante que se prolongó demasiado. Por eso no suele
tardar mucho antes de que uno de los peleadores se abalance sobre el otro, más
dispuesto a descansar en la tónica del momento que a planear...
Una flor de trompada en la boca.
Carlos volvió a su extraña guardia tan
rápido como la abandonó, mientras Hernández comenzaba a perder un hilo de
sangre por la comisura del labio. Ahora estaba enojado. Se lanzó sobre Carlos
tirando puñetazos al aire pero... ¿dónde aprendió a pelear? Tiraba golpes sin
ninguna técnica, como un niño enojado. ¿Qué estuvo haciendo todo ese tiempo?
¿Leyendo libros de biología? En cambio, Carlos esquivaba los golpes ágilmente,
contestando con una piña cada dos que su oponente fallaba. El nerviosismo que
aparentaba antes había desaparecido por completo o acaso nunca existió y sólo
temblaba por las ansias de lucha contenidas. Esa era al menos la interpretación
que realizaron los alumnos mientras grababan con sus celulares y comenzaban a
alentar secretamente a Carlos.
Mientras Hernández se convertía en un saco
de boxeo progresivamente más iracundo y humillado, el portero apareció buscando
a la directora. Le informó que en la puerta había otra retadora aspirando al
cargo de Literatura de 5°B.
—Hacela pasar. Va a ser un día largo...
Cuando la retadora llegó, Carlos ya estaba
combinando piñas y patadas. Pasaba del jab al ap chagi con tanta naturalidad que
parecían pertenecer al mismo arte marcial. Fue entonces que empezó con las
tomas de aikido, desatando la ovación del alumnado. Porque no se limitaba a
inmovilizar a su adversario sino que lo proyectaba haciéndolo chocar
violentamente contra las paredes o el piso. Fue especialmente celebrado un
iriminage que estrelló a Hernández contra la puerta de 4°A.
El reto ya estaba decidido: más que una
pelea parecía una exhibición de las técnicas de Carlos, una demostración para
que todos conozcan sus habilidades y, al correrse la voz, asegurarse de que
nadie quiera retarlo. Aunque Hernández ya daba lástima, nadie podía reprochar
esa paliza: cada docente debe demostrar que es fuerte, ya que los retadores
prefieren desafiar a los más débiles. Los profesores más viejos o con algún
problema físico son el blanco más común, llegando a ser desafiados todos los
días hábiles. Por suerte el estatuto permite a cada docente descansar una
semana tras cada desafío, aunque puede extenderse si quedó muy golpeado. Pero
aun así los débiles pierden todos sus cursos en menos de dos meses.
La situación ya era insostenible. Todos
deseaban que ese trámite termine de una vez, especialmente la nueva retadora.
Comenzó a quejarse con la directora, pidiéndole finalizar la pelea porque si no
(entre su propio desafío y los trámites posteriores de ambos encuentros) no
llegaría a tiempo de recoger a su hijo en el jardín de infantes. El propio
Carlos parecía pedir basta con su jadeo y su excesiva sudoración. Aunque no
daba tanta lástima como Hernández, reducido a una musculosa masa de moretones
que hacía un esfuerzo cada vez mayor para no desmayarse.
—En el día de la fecha y ante la
imposibilidad del profesor titular para continuar el desafío, hace toma de
posesión del cargo de Biología de 3°D el profesor Carlos... —tuvo que leer
detenidamente el apellido en los papeles del aspirante, como si tuviera que
crearlo ella— Carlos Maftein.
Carlos la miró con cara de "No se
pronuncia así", aunque inmediatamente luego adoptó la cara de "Más
sí; me chupa un huevo". Preguntó por el baño de docentes y se dirigió
hacia allá con su mochila. El resto del trámite se desenvolvió con la lentitud
habitual. El ex profesor de Biología terminó de aceptar su desmayo apenas acabó
de hablar la directora. Se requirieron cuatro personas para arrastrarlo a la
sala de profesores. Lo dejaron mal sentado en una silla, a la espera de que
despierte para firmar un par de papeles, agarrar sus cosas y largarse.
Cualquiera en su lugar no tendría ganas de firmar nada pero sabría que si no
firma su derrota no le liquidarán el último sueldo. Cerca suyo una preceptora
se quejaba de que la gente no quería trabajar y preferían hacer los desafíos en
estos horarios para pasar menos tiempo en el aula. Mientras, en el aula
recordaban cómo Hernández había ganado su título sin pelear, asustando a su
contrincante (que, dicho sea, estaba algo viejo).
El nuevo profe salió del baño bien peinado,
limpio y con otra ropa mucho más apropiada para dar clases. Llenó y firmó
burocráticamente los papeles necesarios frente al fastidiado y musculoso
cansancio de la secretaria.
Faltando veinte minutos para finalizar la
clase, el profesor Mauftheim ingresó al aula y se presentó. Ahora parecía un
poco más alto y no tan flaco como en un principio. Pidió carpetas y preguntó
qué tema estaban viendo. Cuando quiso hablar sobre Darwin, sonó el timbre y los
alumnos salieron atropellándose, no por el recreo en sí, sino para llegar a ver
el final del otro desafío. Porque la profesora de Literatura de quinto (aunque
vieja y con problemas de vesícula) era tercer dan en karate y todavía se
escuchaban los golpes en el fondo del pasillo.
Te recomiendo dos cuentos para que salga toda virulencia y potencia de este cuento.
ResponderBorrarDuelo De Caballeros de Ciro Alegría
Los Duelistas de Conrad Lorenz.
Amplia el contexto y construye una explicacion de porque se generó parte de ese universo alterno.
Gracias por la recomendación
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