miércoles, 19 de octubre de 2022

Pasillos Cerca

 

   En el largo pasillo que me persigue

(ya no hay piedad en las esquinas,

una tormenta dentro mío) busco afuera,

caigo y duele.

Sé que existís en la carne.

Serás sólo vos

quien aplaque esta lluvia de paredes,

quien, en la claustrofóbica noche,

abra todas las puertas del mundo.

miércoles, 12 de octubre de 2022

Su Solitaria Presencia

 

Una trapo de piso casi sin rastros de lavandina frente a la puerta cerrada, las huellas visibles al trasluz en el piso sin barrer desde hace ¿un día? ¿dos?, sus ojos abriéndose a la fuerza, la alarma sonando sin piedad igual que hace diez minutos y hace veinte y hace treinta… Él rascándose la barba de tres días (tal vez de cuatro) mientras lucha contra su deseo de seguir durmiendo, dos videos de Youtube reproduciéndose en su smartphone mientras él hace fiaca, mientras busca excusas para no levantarse a pesar de haberse despertado.

Pero hay que levantarse.

Él poniéndose los pantalones, la mancha de mate de la entrepierna (es cierto, debería haberse cambiado, pero de todas formas ¿qué importa?), el desganado recorrido hacia el baño, hacia la pava, hacia la netbook.

Las noticias en el celular: la extensión de la cuarentena (otra vez), la aparición de una nueva cepa de coronavirus, el aumento exponencial de contagios. La pava. El agua cae resignadamente en el termo. Se le está terminando el pan y no sabe qué hará en la cena. El almuerzo es innecesario puesto que se levantó a las doce. El mate es su desayuno y su todo. Mientras tenga yerba, azúcar y pan está bien pero sabe que hoy deberá salir a comprar. ¿Y para qué salir? ¿Para que el mundo le recuerde que no debería hacerlo, que esa cosa de ahí afuera ya no es el mundo, sino un barbijo que lo rodea queriendo asfixiarlo?

La mesa, dos latas de cerveza vacía y los restos de unos cuantos porros en el cenicero. Limpiarla, simular asepsia y prolijidad, peinarse. Olvidó peinarse. Otra vez el ritual del peine y el espejo. Si fuera otro día, tendría que hacer todo esto a la mañana, con mucha más prisa, con muchas menos ganas, con el mismo descreimiento.

Aún hay tiempo. Mientras prepara el primer mate continúa su partida en el videojuego de estrategia que tiene en la netbook. Aún hay tareas que debería haber ultimado antes de ingresar a la reunión que lo obligó a levantarse pero ya no importa. Sólo quiere estos quince minutos de guerra, los aldeanos virtuales recolectando madera, formando ejércitos, viviendo de principio a fin toda una vida mucho más emocionante que esta mesa junto a una ventana cerrada.

Dos minuto para el horario, uno, la hora justa, dos minutos después, la partida guardada, el juego cerrándose.

La remera rota, una breve descostura que nunca se acuerda de enmendar, que tal vez no se note en la cámara pero debe mantener una apariencia. Acaso la barba contradiga toda prolijidad pero siempre puede aparentar intencionalidad.

Revisa el Whatsapp aunque sabe que no tiene tiempo y aunque la falta de notificaciones no relacionadas al trabajo deberían haberle dejado en claro que nadie le escribió desde ayer.

El enlace de la videollamada, la cámara encendiéndose al tiempo que lo muestra cebándose un mate como si fuera el primero (como si acabara de volver a existir únicamente para la reunión virtual), las dos primeras personas ingresando a la reunión.

Tratando de fingir un entusiasmo que no recuerda cuándo experimentó por última vez, articula unas palabras:

‒Hola, alumnos. ¿Cómo están?

Mirar Atrás

     Mirar atrás es comprender que algunas casas estaban podridas desde el primer ladrillo, que los sueños no son digeribles, que nuestra...